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viernes, 3 de abril de 2015

98. Cowboys negros

El lugar de juegos de Rainey Williams eran las calles de Mott Haven, donde corría entre velas derretidas y coronas de flores, nombres y fotos de jóvenes rostros negros cuya sangre y muerte consagraban esos lugares.
La madre de Rainey decía: "Rainey quédate a mi lado, porque eres mi bendición, eres mi orgullo, tu amor mantiene viva mi alma, quiero que vuelvas a casa del colegio y te quedes dentro".

Rainey hacía los deberes y guardaba sus libros, había un canal donde ponían todos los días una película del Oeste, Lynette le traía a casa libros sobre los cowboys negros de Oklahoma y los exploradores Seminolas que luchaban contra las tribus de las llanuras.
Llego el verano y se alargaron los días, Rainey siempre podía contar con la sonrisa de su madre, recorría una calle de balas perdidas para llegar al calor de sus brazos al final de cada día.

En el otoño la lluvia inundaba las casas, aquí en el valle de Ezequiel de huesos secos, la lluvia caía fuerte y oscura, caía en silencio.

Lynette se juntó con un hombre cuyo negocio era la calle, cuya sonrisa estaba congelada en un rostro siempre vigilante.
En las tuberías bajo la pila de la cocina guardaba sus secretos, durante el día, con las cortinas corridas, dormía en el dormitorio de Lynette.

Entonces ella se perdió en los días, la sonrisa con la que contaba Rainey se convirtió en polvo, los abrazos ya no eran su hogar, al apretar su cara contra su pecho, por la noche, escuchaba al fantasma en sus huesos.

En la cocina Rainey metió la mano entre las tuberías, sacó cinco billetes de cien dólares de una bolsa de papel marrón, se los metió en el bolsillo del abrigo, de pie en la oscuridad, junto a la cama de su madre, le acarició el pelo y besó sus ojos.

En la penumbra fue andando a la estación, atravesando calles de piedra, recorrió Pensilvania y Ohio en el tren, y los pequeños pueblos de Indiana, mientras cerró los ojos y se durmió.
Se despertó y los pueblos habían dado paso a campos embarrados, verdes, maizales y algodón, y un nada interminable entremedias.
Sobre las abruptas colinas de Oklahoma el rojo sol descendió y se ocultó, salió la luna y desnudo la tierra hasta los huesos. 

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